Un poco por casualidad, aquél caluroso domingo de octubre, tras dar un bonito paseo por Trujillo, fuimos a parar a una iglesia abandonada en las afueras de esta localidad. Mi amigo Jose, uno de mis compañeros de "aventuras" y yo, accedimos con recelo al interior del templo y tras avanzar por los escombros pudimos subir por una escalera a la parte media de la torre, pero en seguida el sentido común nos hizo descender ante el evidente peligro de derrumbe. Como podéis ver en las imágenes, el estado del edificio es lamentable, lleno de cascotes, invadido por la maleza y desprovisto de la techumbre.
Posteriormente, a través de una pequeña escalera pudimos entrar también, en la sacristía, donde sorprendentemente todavía se conservan algunos esgrafiados. He de decir que no nos entretuvimos mucho en fotografiar ni en admirar, gracias a la luz de un mechero, estos esgrafiados ya que cuando nos dimos cuenta que lo que crujía bajo nuestros pies eran huesos salimos a toda prisa del recinto.
Después, cuando llegué a casa, pude leer que este edificio había sido construido durante la segunda mitad del siglo XVI gracias al obispo Gutierre de Vargas Carvajal, cuyo escudo se puede observar sobre la puerta de la sacristía, y que fue dedicado a Santo Domingo. El motivo de su ruina, una vez más, la invasión de las tropas napoleónicas y las sucesivas desamortizaciones de los siglos XVIII y XIX. El autor, Francisco de Becerra, cristiano viejo y natural de Trujillo; de oficio constructor de iglesias, palacios y catedrales...
Pues eso. Que Ken Follet pudo haber situado por aquí parte de "Los pilares de la tierra" porque en Trujillo nació, se crió y se formó profesionalmente Francisco Becerra, uno de los más importantes "arquitectos" que hubo en las Indias. A Francisco Becerra se deben, por ejemplo, las catedrales de Lima y de Cuzco además de otras numerosas obras en otros lugares de lo que actualmente conocemos como México, Perú o Ecuador. Eso si, estas catedrales se levantaron algunos siglos más tarde que la trama novelada por el británico.
Pero, volvamos a Trujillo y situémonos en 1566. Francisco Becerra suda bajo su ropa mientras comprueba el trabajo que realizan los alarifes que su padre ha contratado. Algunos de ellos llevan toda la vida con su progenitor y aunque llevan nombres y apellidos castellanos todos saben que su sangre y su procedencia son bien distintas. Desde el lugar elegido para construir la iglesia de Santo Domingo se pueden ver, a su espalda, las imponentes murallas de Trujillo y al frente, los interminables berrocales de la llanura, de donde se extraen las piedras que servirán para levantar los numerosos palacios y templos que se están construyendo en la ciudad. Todo marcha a la perfección y quizás por ello se deja llevar por unos momentos y recuerda la piel morena y suave y la sonrisa de Juana Gonzalez de Vergara, su joven esposa, con la que se ha casado hace unos meses y a la que ha prometido que en cuanto tengan ocasión viajarán a las Indias...
Los chirridos de las pesadas carretas cargadas de materiales y los gritos de los boyeros devuelven a Francisco a la realidad. Su padre se halla muy enfermo y pronto será el responsable de todo, piensa mientras comprueba que los andamios de madera se hallan bien sujetos y no se desplomarán. Llevará a cabo importantes obras. Tendrá a muchos hombres a su cargo. Se convertirá en un maestro respetado y tal vez envidiado. Viajará a Sevilla por el interminable camino empedrado que construyeron los romanos siglos atrás y subirá con su mujer a una de esas imponentes naves que cruzan el océano para reunirse con otros maestros trujillanos que partieron hacia las Indias hace ya algún tiempo.
Francisco nunca ha visto el mar. Apenas se ha alejado de Trujillo, todo lo más ha estado en Herguijuela donde su padre levantó hace unos años la iglesia parroquial, a partir de los precisos dibujos que había confeccionado una tarde en que se hallaban guarecidos en un establo de una torrencial lluvia. Estamos de suerte, Francisco, murmuraba mientras trazaba con destreza las lineas de lo que iba a ser su próximo trabajo. Esta iglesia nos asegura el sustento durante muchos meses...
Pero ahora Francisco, el Mozo, como es conocido en el gremio por acompañar a su padre desde temprana edad, está bien ocupado en que las obras de Santo Domingo sean del agrado de los descendientes del prelado y acaben antes de que el otoño traiga las negras nubes cargadas de agua...
Puerta de la sacristía. Iglesia de Santo Domingo.
Escudo del obispo Gutierre de Vargas Carvajal, impulsor de las obras. Al parecer este religioso falleció antes de ver acabada la Iglesia.
Friso de esgrafiados a la cal en el interior de la sacristía de Santo Domingo.
Mensula. Arranque de los nervios que sostenían las bóvedas, hoy desaparecidas.
Interior del templo de Santo Domingo, invadido por la maleza y por los escombros.