No está claro de donde procede el actual nombre de Extremadura, una tierra olvidada y a menudo menospreciada. Algunos historiadores opinan que quizás proceda del término con que se conocía en los reinos cristianos a los territorios situados al sur de dicho río.
Desde aquí solo pretendo hacer un pequeño homenaje a la tierra donde ahora vivo. De ella es mi mujer y en ella han nacido también mis dos hijas.

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sábado, 7 de junio de 2025

un arma muy poderosa



Hace unos días fui advertido por un amigo (gran observador e interesado por las cosas de su tierra) de ciertas inscripciones en las jambas y el dintel de granito de una vieja y ruinosa casa situada en el centro de Castuera, en la que destacaba un cráneo y dos huesos atravesados entre sí, tal y como muestran las banderas piratas que hemos visto en tantas películas. En realidad, dichos elementos formaban parte de una o más lápidas, que probablemente fueron extraídas de un cementerio y luego cortadas y adaptadas a las medidas de la ventana. Es decir, la casa, o al menos parte de ella, tuvo que ser construida con posterioridad al grabado de las piedras, en las cuales se puede apreciar con claridad el año 1626 y con más dificultad 1633 o 1655. Como curiosidad, cabe señalar que una de las lápidas se encuentra invertida, lo que denota que el alarife encargado del trabajo no sabía leer. 

Ante ello, nos preguntamos con curiosidad allí mismo: ¿Cuál era la situación durante aquellos años en España y más concretamente en el territorio que hoy conocemos como Extremadura y en la comarca de La Serena?  

Como en muchas otras etapas de la Historia de España, en el primer cuarto del siglo XVII predominaban los clarooscuros. Así, por ejemplo, algo más de una década antes había tenido lugar la expulsión de los moriscos, probablemente muy numerosos en algunas villas como Benquerencia, Magacela, Zalamea o la propia Castuera y algo más alejada, en la villa de Hornachos. Para los estudiosos de este triste episodio, dicha expulsión supuso la pérdida de un impresionante bagaje cultural y una acusada crisis demográfica, además de la consiguiente escasez de mano de obra en el campo y en otros sectores como la artesanía. Por suerte, la permanencia de varios siglos de diversos pueblos norteafricanos dejaron su huella en la toponimia y en la arquitectura de casas blancas que resbalan a media ladera bajo la sombra de una fortaleza en amplias zonas de La Serena y Extremadura. 

Magacela y su arquitectura popular.

Así mismo, en la década de 1620-1630 se estaban produciendo los primeros levantamientos contra las tropas españolas en el Reino de Portugal. Estos altercados culminarían  en 1640 con la pérdida de dicho reino, perteneciente desde 1580 a la corona hispánica tras la invasión desde Badajoz del país vecino por parte de las tropas de Felipe II.  

En Flandes y otros territorios europeos, las cosas no iban tampoco demasiado bien para los intereses castellanos, aunque precisamente, en 1626 finalizaría, después de varios meses, el asedio de Breda, cuyo capítulo final fue inmortalizado por Diego de Velázquez, el genial pintor sevillano. Sin embargo, los altos costes económicos y de vidas humanas, lastraban demasiado y empujaban a la decadencia social y económica a un territorio peninsular ya de de por si castigado por sequías y pestes, causantes de miles de muertes. 

Sin embargo, culturalmente, España estaba todavía inmersa en el Siglo de Oro, período considerado como uno de los más fecundos. Solo citando al ya mencionado Velázquez, a Murillo o a Zurbarán, el pintor de Fuente de Cantos, en pintura, o a Cervantes, Lope de Vega, Quevedo o a Calderón de la Barca en literatura, podemos hacernos una idea de la situación en una etapa en la que iba muriendo el Renacimiento y nacía un Barroco que tendría uno de sus puntos álgidos en la arquitectura religiosa de Sevilla, ciudad floreciente y dueña del monopolio del comercio con las Indias. Desde allí zarpaban y retornaban los barcos en la aventura indiana y hasta allí llegaban cientos de extremeños y extremeñas para probar suerte en dicha aventura, como atestiguan las crónicas, destacando entre los oriundos de La Serena, Pedro de Valdivia.

Pedro de Valdivia. Castuera. Badajoz.

Y precisamente, recordemos en este punto, el relevante papel de La Serena en el mencionado Siglo de Oro, donde tuvo lugar el aldabonazo de salida de dicho período, puesto que en el castillo de Arribalavilla de Zalamea de la Serena, -o tal vez en alguna casa adosada a él-, vio la luz la primera Gramática en lengua castellana por parte del humanista Antonio de Nebrija, finalizando con la muerte de Calderón de la Barca, autor de la inmortal obra de teatro El alcalde Zalamea. 

El Alcalde Zalamea.

Y hasta aquí, de manera muy resumida, las fechas y los hechos, pero ¿y si recurrimos a un arma tan poderosa que hasta el mismo Albert Einstein la consideraba por encima del conocimiento? ¿Y si echamos mano de la imaginación y fantaseamos con la idea de dar vida al desdichado que falleció en 1626, tal y como reza en la jamba derecha de la desvencijada casa de Castuera? Hecho. Fue un soldado, perteneciente a los Tercios de Flandes, que fue a morir a su localidad natal después de luchar contra los infieles flamencos a lo largo y ancho de los Países Bajos. Una herida mal curada e infectada fue el causante de su muerte. Pero antes de eso se había llevado por delante a un buen número de holandeses. Probablemente, puestos a imaginar, batalló codo con codo con el capitán Alatriste y codo con codo también bebió vino aguado con el personaje ideado por Pérez Reverte en las sucias y peligrosas tabernas de Madrid. Quizás las heridas recibidas fueron causadas en un duelo en cualquier oscuro callejón, de donde huyó dejando atrás un cadáver ensartado por su espada. El honor era entonces incluso más importante que la propia vida. Los lectores de la serie El capitán Alatriste sabrán a lo que me refiero, como serán conocedores del desencanto que cundía entre la población en general, y en particular entre los componentes de los Tercios durante el primer cuarto del siglo XVII, mal pagados, abandonados a su suerte en las nieblas y el frio de Flandes, y nunca reconocidos por quienes los enviaban a la muerte. 

El capitán Alatriste, según el arma más poderosa,
compañero de nuestro héroe castuerano.
 

Es cierto, que tal suposición puede ser bastante arriesgada, pero no menos que suponer, por ejemplo, que dicha lápida estuvo sobre los restos de un aventurero que tras volver con ciertos caudales de las Indias Occidentales, formó familia y vivió el resto de sus días en su localidad natal. O de una joven de buena cuna que tomó los hábitos, ingresando como novicia en alguno de los conventos de Castuera hasta su muerte, durante alguna de las frecuentes epidemias de peste que afectaron el Partido de La Serena. O de... 

Vista general de la vieja casa. 

Dintel. 

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