No está claro de donde procede el actual nombre de Extremadura, una tierra olvidada y a menudo menospreciada. Algunos historiadores opinan que quizás proceda del término con que se conocía en los reinos cristianos a los territorios situados al sur de dicho río.
Desde aquí solo pretendo hacer un pequeño homenaje a la tierra donde ahora vivo. De ella es mi mujer y en ella han nacido también mis dos hijas.

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lunes, 12 de junio de 2023

volar.

El pasado sábado, gracias a la invitación de mis amigos Miguel Ángel y Paula, tuve la oportunidad de subir a su avioneta y ver desde el aire varios de los castillos, pueblos, yacimientos arqueológicos, sierras y otros accidentes geográficos que tantas veces he visitado, estos años atrás, junto a Anabel, mis dos hijas y algunos buenos amigos. No hace falta decir que la experiencia fue maravillosa. Enseguida que la nave manejada por la mano experta de su piloto se elevaba sobre el infinito paisaje de olivos, viñas y el suelo rojo intenso de la comarca de Tierra de Barros, pude adivinar que la jornada iba a ser inolvidable. 

Y así fue. Partimos de Almendralejo. Pronto -tras dejar a nuestra izquierda la Sierra de San Serván y Torremejía, y a la derecha, más en la lejanía, la Sierra Grande de Hornachos- aparecieron ante nosotros el embalse de Alange y su desafiante castillo, vigilando la otra Tierra de Barros, más áspera y escondida... 

Embalse de Alange, Cerro de la Culebra y
la Tierra de Barros más escondida.
                            
 Cerro de la Culebra y castillo.

Alange, su castillo y el embalse. 


Después, las Vegas Altas y sus fértiles regadíos. Guareña, Valdetorres y Mengabril bajo nuestros pies, rodeados de innumerables parcelas rectangulares simulando alfombras verdes y ocres, en contraste con el paisaje de pastos que nos aguardaba más al norte. 

Y casi sin esperarlo, La Serena, donde antaño moraban sabios y eruditos bajo el amparo de su mecenas, y circunspectos monjes guerreros de la Orden de Alcántara. Y donde las cabezas de ganado de la todopoderosa Mesta se contaban por decenas de miles; pastizales sin fin, salpicados de pueblos blancos y rojos tejados, y algún castillo, como el de la morisca Magacela, ahora venido a menos y hace siglos inexpugnable. A lo lejos, entre la bruma de la mañana, adivinábamos la sierra de Tiros y quizás Castuera. 

 Magacela, morisca, resbalando bajo su fortaleza.

Castillo de Magacela, ahora venido a menos
y hace siglos inexpugnable.


Sin embargo, como incluso hasta La Serena se hace pequeña en estas circunstancias, pronto avistamos la silueta de la Sierra de Pela y el azul del Embalse de Orellana, donde el Guadiana se hace ancho y profundo. Y sobre él, como queriéndose mirar en el agua, la Sierra de Pela, guardiana fiel de enigmáticas pinturas rupestres de la Edad del Cobre, de olivares milenarios, y de los restos de Lacimurga, ciudad romana superpuesta a un opiddum de época anterior.

Como queriéndose mirar en el agua, la Sierra de Pela.

Embalse de Orellana, donde el Guadiana se hace ancho y profundo.

En el ángulo inferior derecho, Lacimurga, ciudad romana sobre 
sustrato indígena, y el puente de Cogolludo. 


Y más adelante, ya en la Siberia, el rio Zújar, que semeja cuando atraviesa la estepa de Campanario un alargado oasis, pero que tras la construcción de la presa conforma un espectacular paisaje y convierte el Cerro Masatrigo en la rotonda más famosa de Extremadura. Como colofón, las ruinas de una fortaleza templaria en el alto de la Sierra de Lares y el castillo de Puebla de Alcocer, poderosa quilla de barco para navegar sin fin por el territorio siberiano. 

Masatrigo, la rotonda más famosa de Extremadura.

Puebla de Alcocer y La Siberia. 

El castillo de Puebla de Alcocer, poderosa quilla de barco
para navegar sin fin por el territorio siberiano.


Giro a la izquierda, hacia donde el sol se pone. A nuestra derecha, primero el encajonamiento del río en Puerto Peña y pronto, el regadío mezclándose con la dehesa hasta hacerse sierra grande y fresca en las Villuercas, madre de ríos de salvaje vocación, sobresaliendo el risco del mismo nombre. 

Estrechamiento del río Guadiana en Puerto Peña.


Y al fin, Trujillo. Palacios y alcázares, murallas y cipreses. Piedra noble y berrocal. Plaza Mayor y callejas estrechas que van a parar a una placita sombreada por los muros de un viejo convento de monjas. O a otro siglo...

Trujillo. Palacios y alcázares...

...murallas y cipreses...
                              
Callejas estrechas que van a parar a una placita sombreada
por los muros de un viejo convento de monjas.
O a otro siglo...


Volvemos a casa. Miramos al sur y sobrevolamos, cómo no, la montaña mágica bajo cuya sombra extienden su caserío Santa Cruz de la Sierra y Puerto de Santa Cruz, separados ahora por la autovía pero unidos irremediablemente -al menos para mi- por los senderos que trepan por esa sierra repleta de altares rupestres, restos arqueológicos y arquitectura vernácula. 

La  montaña mágica bajo cuya sombra extienden
su caserío Santa Cruz de la Sierra...

Y Puerto de Santa Cruz. 


Y la guinda -tras sobrevolar de nuevo las ricas vegas del Guadiana, sus verdes parcelas poligonales y sus blancos pueblos de colonización, tan iguales y a la vez tan distintos- Medellín y su castillo y su caserío. Y sus iglesias. Y su teatro romano excavado sobre la roca, su viejo molino y su puente sobre el río.

Y la guinda, Medellín. 

su castillo y su caserío. Y sus iglesias.
Y su teatro romano excavado sobre la roca, su viejo molino
y su puente sobre el río.


Dos horas de vuelo planeando sobre algunos de mis lugares favoritos, -atravesando varias comarcas- y al fin, de nuevo, Tierra de Barros, eterna promesa de aceite y vino, donde la avioneta aterriza suave, suave, suave... Gracias, Miguel. 

Tierra de Barros, paisaje infinito de aceite y vino...

...de olivos, viñas y suelo rojo...