Sin embargo, ese largo viaje no ha hecho más que empezar. A continuación, molinos hidráulicos, castillos medievales en ruinas y puentes renacentistas que solo emergen en periodos de sequía, jalonan el curso del río, que corre a veces encajonado, a través de vastas dehesas hasta expandirse, unos treinta kilómetros después, en el Embalse de Valdecañas.
Allí, bajo sus aguas se hallan monumentos megalíticos, antiguas haciendas ganaderas y los restos de Talavera La Vieja, población que quedó abandonada a su suerte, cuando sus habitantes fueron forzados a marchar, tras la construcción de la presa. Se da la circunstancia de que dicha población se hallaba construida sobre una antigua ciudad romana, Augustobriga, cuyos restos quedan a la vista durante los cíclicos periodos de sequías que afectan a la península. En esas ocasiones, es posible identificar también ella EX cardo y el decumano, las dos calles principales que vertebraban las ciudades romanas y lo que fue un templo utilizado con posterioridad como cilla o almacén de grano. Además, al pie de la EX-118 es posible contemplar un hermoso templo, desmontado y trasladado de su lugar original en 1963, antes de la finalización de las obras de la presa. Dicho templo se conoce actualmente como Los Mármoles.
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Los Mármoles. Bohonal de Ibor. |
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Talavera la Vieja, en septiembre de 2011. |
Prosigamos el serpenteante recorrido del río unos 15 kilómetros, para avistar en la lejanía Belvís de Monroy y su poderoso castillo de origen medieval, que alcanzaría su máximo esplendor en el siglo XVI. Eran tiempos de belicosos nobles señoreando por los caminos, orgullosos de sus posesiones y de sus castillos y casas fuertes, en cuyo interior todavía se pueden apreciar esgrafiados y patios al gusto renacentista.
No muy lejos, un agradable paseo por la dehesa cacereña nos conduce a un convento donde tuvo lugar un hecho muy relevante en la aventura americana, de la que tantos extremeños tomaron parte, puesto que de dicho convento doce franciscanos partieron hacia México en 1523 con la misión de evangelizar a los nativos.
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Castillo de Belvís de Monroy. |
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Monumento a los Doce Apóstoles de México. |
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Convento de San Francisco del Berrocal. |
Ocho kilómetros río abajo, una vez sobre el puente de Albalat tenderemos la oportunidad de conocer más vericuetos de la Historia, porque pocos lugares habrá tan desconocidos para el gran publico y tan llenos de batallas, escaramuzas, idas y venidas de tropas y por supuesto, de absurdas muertes como el citado puente y sus alrededores.
Construido al final del siglo XV y dotado de un magnífico escudo de Carlos V, el Puente de Albalat significaría en adelante un lugar estratégico respecto a la comunicación entre Madrid y Extremadura. Por ello, durante la invasión francesa fue volado en parte por el ejercito español para impedir el paso de las tropas invasoras, tras lo cual algunos metros aguas abajo, los franceses idearon un puente de pontones, es decir de barcas, para el traslado de sus tropas, y sendos fortines, Fort Ragusa y Fort Napoleón. Escondidos entre eucaliptos y matorrales, es posible todavía ver sus restos.
Un esplendido molino abandonado, los restos de una posada y una ciudad amurallada de origen árabe actualmente en proceso de excavación, completan el llamado Lugar Nuevo, lugar que rezuma historia por los cuatro costados.
Los más veteranos recordarán cuando a bordo de un flamante seiscientos, orgullo patrio, Lugar Nuevo era parada obligatoria para los que viajaban a Madrid, donde reponer fuerzas, ir al baño y añadir agua al radiador del sobrecalentado motor. Hoy día, de aquello solo quedan escombros y el esqueleto del restaurante.
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Puente de Albalat. Finales del siglo XV. Romangordo. |
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Escudo de Carlos V. Puente de Albalat. |
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Restos de Fort Napoleón, construido para vigilar el puente de pontones establecido tras la voladura del puente de Albalat. |
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Restos de Albalat, ciudad del periodo islámico. |
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Lugar Nuevo. Antiguo restaurante, parada obligatoria antes de la construcción de la Autovía del Suroeste |
Y por fin, corriendo un tupido velo ante la Central Nuclear de Almaraz, llegamos a Monfragüe, -monte fragoso y bosque mediterráneo, hábitat de numerosas especies y paraíso actualmente de biólogos y aficionados a la fotografía de Naturaleza-, inaccesible territorio por donde el Tajo avanza a duras penas abriéndose paso entre los roquedos que un día escogieron los hombres del Calcolítico para dejar sus pinturas rupestres. Después los vetones construirían sus castros, los romanos establecerían minas y los árabes castillos. Más recientemente, fue lugar escogido por temibles bandoleros para asaltar a los incautos viajeros, hasta el punto que en el siglo XVIII se determinó el establecimiento de tropas para evitar dichos desmanes dando lugar a Villarreal de San Carlos, el único núcleo existente en el interior del Parque Natural.
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Pinturas rupestres del Calcolítico. Sierra de Santa Catalina. Serradilla. |
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Castillo de Monfragüe sobre el río Tajo. |
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Castillo de Monfragüe. |
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Cierva en las proximidades de Villarreal de San Carlos. |
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Ciervas bebiendo en el río Tajo. |
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Buitres. El Salto del Gitano.
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Prosigamos aguas abajo, -todavía en las retinas decenas de buitres leonados y con suerte, alguna cierva con su cría-, pero teniendo en cuenta un recomendable desvío a Talaván, población de apenas 800 habitantes que alberga un viejo cementerio plagado de misteriosos personajillos sobre los cuales se han vertido multitud de teorías.
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Condenado. Ermita del Santo Cristo. Talaván. |
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Condenado. Ermita del Santo Cristo. Talaván. |
Visto lo visto, tal vez sea pronto para elegir solo uno entre todos los lugares que el Tajo toca en su recorrido de oeste a este de la provincia cacereña y más teniendo en cuenta que, pronto, sale a nuestro encuentro parte de un majestuoso puente romano, eso sí, trasladado piedra a piedra en 1970 para que no quedara sumergido para siempre bajo las aguas del Embalse de José María Oriol.
En este punto, sería imperdonable no hacer un alto en el camino y desplazarnos mediante un pequeño desvío a Garrovillas de Alconétar y a su plaza, probablemente una de las más hermosas de la península. En las afueras de su bien conservado casco urbano, otra gran obra arquitectónica y artística languidece a la espera de una actuación por parte de las autoridades que nunca llega. Impresionante el convento franciscano de San Antonio de Padua, desamortizado y saqueado, en proceso de ruina progresiva.
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Puente romano de Alconétar. |
Y por fin, después de admirar pinturas rupestres de la Edad del Cobre, recorrer territorios vetones, transitar por puentes romanos, atravesar ciudades de origen islámico, cobijarnos en castillos y casas fuertes medievales y renacentistas y otear el Tajo desde un fortín francés, entramos en los dominios de los monjes guerreros de Alcántara. Cansados quizás ya, pero satisfechos, no podemos tener un colofón mejor que el colosal puente romano sobre el Tajo y un sistema abaluartado erigido en un alto para su vigilancia. En su interior, un bonito casco histórico, la iglesia de Almocóvar y el grandioso Conventual de San Benito, ambas de gran interés artístico. Como en otros muchas poblaciones, aquí también las huestes napoleónicas dejaron su huella y más tarde las desamortizaciones hicieron el resto. Es imposible no citar a Luis Bello cuando en su "Viaje a las Escuelas de España" escribió "con las vitelas de los libros de San Benito se han hecho muchos pares de botas de Alcántara."
Tras Alcántara, después de avanzar 250 kilómetros aproximadamente por la provincia cacereña y cruzarla de oeste a este, el río Tajo prosigue su inexorable camino hasta el océano, ejerciendo de frontera natural con Portugal varias decenas de kilómetros. Es el final del recorrido extremeño, siendo Cedillo y Herrera de Alcántara las últimas poblaciones que roza antes de hacer lo propio por tierras portuguesas, hasta finalmente hacerse grande formando el mayor estuario de Europa Occidental. No hay mejor final que acariciar Lisboa.
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