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miércoles, 8 de septiembre de 2021

talaverilla. el afán de vivir.




Sea por la demencial política y desmedida ambición de las compañías eléctricas, sea por la sequía, -o por ambas cosas- la bajada de nivel de las aguas del embalse de Valdecañas nos permitió el pasado sábado recorrer las ruinas de Talavera la Vieja, hasta los sesenta del siglo pasado un lugar lleno de vida y de sueños, y ahora un montón de cascotes y esqueletos de grandes olivos. ...

Pero no éramos los únicos. Enterados también por los medios de comunicación y redes sociales, uno de esos niños que tuvo que abandonar el pueblo donde había nacido, ahora ya abuelo, recorría con sus hijas y nietos, las todavía visibles calles. "Mira, aquí estaba la iglesia, y más allá la casa del cura. Detrás el ayuntamiento. Y por allí, el cementerio. Allí estában enterrados mis abuelos..."

En ese momento, intentando no resultar demasiado molesto, me acerqué tímidamente y me dirigí a él. "¿Usted nació aquí?" 

"Sí, si" me contestó. "Yo tenía doce años cuando nos tuvimos que ir. Nos mandaron a los pueblos nuevos. A mis padres los mandaron a Rosalejo."

Observé al hombre. Parecía feliz. Sus hijas y dos nietos habían venido de Cádiz, donde vivían, a verlo y habían aprovechado la mañana del sábado para visitar Talaverilla. Mientras tanto, Samuel, encaramado en los restos de un antiguo templo romano hacía fotos, en apariencia ajeno a nuestra conversación. Ese era el verdadero motivo de nuestra visita. Samuel me había propuesto acercarnos hasta allí para fotografiar los restos de aquel templo, reconvertido siglos después en almacén de grano y posteriormente en cárcel. Siempre me habían llamado mucho la atención las fotos en blanco y negro que circulaban por internet en las que se podían ver grandes columnas romanas entre las casas, los vecinos ataviados con oscuros trajes y junto a ellos, animales de carga, y por eso acepté encantado la propuesta de mi amigo.

Animado al ver que aquel hombre parecía bastante abierto ante mis preguntas, y con ganas de hablar, proseguí "mi interrogatorio". Había encontrado muchísima información en la red sobre Talavera y sus últimos años, pero me parecía interesante conocer de primera mano las impresiones y recuerdos de alguien que se había criado corriendo y jugando  por aquellas calles y tal vez, ayudando en las labores del campo. 

"¿De que vivían aquí?" me atreví a preguntar. Desde detrás de mis gafas de sol observé discretamente su reacción. Parecía apenado al recordar el dolor que sufrirían sus mayores al abandonar su pueblo, pero a la vez orgulloso de haber pertenecido a aquel lugar, -tal vez seguía perteneciendo- y contento de tener a a alguien que le escuchara.

"Del ganado. Y de los olivos. Ahora no se percibe, pero eso que vemos cubierto de agua era un barranco donde crecían los olivos. Y abajo el río Tajo, mucho más lejos de lo que se ve ahora. Y más allá también había olivos. Las columnas grandes estaban ahí, justo al borde del barranco. Pero ahora están en la carretera que va a Navalmoral. La gente lo conoce como los Mármoles." 

"Sí, sí" contesté. "Y también se llevaron la picota, ¿no?"

"Sí, allí está, en Rosalejo. Talaverilla, -bueno Talavera, porque esto se llamaba Talavera la Vieja, no Talaverilla- era muy importante. Primero se llamó Evora. Y después Augustobriga..." 

Mientras, sus nietos habían trepado hasta la parte superior del templo y se hacían fotos. "¡Cuidado, a ver si os vais a caer!" 



Después se alejaron. Y Samuel y yo continuamos el recorrido, fotografiando aquellas piedras blanquecinas, los dinteles de granito de las casas, las piedras de moler, las pilas y los altares que se encontraban esparcidos entre las ruinas. Estaba claro que la mayoría de las casas se habían levantado reutilizando el granito de la antigua ciudad romana. Incluso se podía advertir que se había respetado el trazado diseñado veinte siglos antes, que dos calles eran más anchas que las demás, correspondiéndose con el cardo y el decumano, y que una de esas calles terminaba donde, según Samuel, se situaba el foro. 

Más tarde, ya en casa, se me ocurrió pensar que incluso las ganas de continuar, el afán de vivir, son capaces de abrirse paso entre los escombros, la sequía y la desolación...





6 comentarios:

  1. Algo parecido a lo que te ocurrió en la visita a este pantano me ocurrió en el de Agilar de Campoo. En mi paseo por su cauce seco me cruce con un grupo de personas en los que una de ellas había nacido en una de las localidades que se veían.
    Creo que esos restos arqueológicos les debieron recoger y colocar en otro lugar.

    Saludos.

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    1. Si, Tomás, una parte fueron reubicados no muy lejos de allí. Gracias por tu aportación. Saludos.

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  2. Buenos días. La marca que se ve en el bloque granítico de la primera foto ¿podría ser una vara de medir?

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    1. Sería estupendo que fuera así. Que yo sepa solo hay dos varas de medir en Extremadura; Zafra y Almendral. Esta sería la tercera, pero me temo que es muy arriesgado asegurarlo.

      En el norte de España parece ser que hay más.
      Gracias.

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  3. la aridez del lugar hace que la fotografia sea tan bella
    saludos desde Miami

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  4. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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