Me gusta caminar entre encinas u olivos mientras a lo lejos emergen los tejados rojizos de las casas y el maltrecho campanario de la iglesia de algún pueblo. Otras veces, lo que se asoma tras los muros de piedra que surgen a ambos lados del camino, es un ruinoso castillo que todavía muestra con su imponente presencia; estas tierras, ahora solitarias y olvidadas, fueron en otro tiempo codiciadas. En ocasiones la brisa trae olores a hierba mojada, a estiércol o al humo que sale de alguna chimenea, donde lentamente arde un buen trozo de leña de encina.
La luz del atardecer se asoma entre las nubes generosas de lluvia. No se oye nada, si acaso nuestras pisadas sobre la grava, el tolón sordo de un cencerro lejano o simplemente, la entretenida conservación de quien me acompaña ese día; Anabel, las niñas o algún amigo...
¡Qué preciosidades!
ResponderEliminarMuy bonitas. Saludos.
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