Cuando en el verano de 1832, el inglés Benjamin Lovell Badcock llegó a Badajoz desde Elvas y pidió ser recibido por algún mando, obtuvo como respuesta que el oficial estaba durmiendo la siesta. Era la hora en la cual "solo los perros y los ingleses se atreven a salir". Aquello no debió gustarle mucho al comisionado, enviado a Extremadura para recabar informes sobre el ejército español y la situación general en la zona. Lovell ya había estado antes en la región y había participado incluso en el sitio de Badajoz de 1812 pero ahora era tratado por los oficiales con las lógicas reticencias, poniéndole todo tipo de impedimento para que desarrollara su misión.
Tal vez por eso, tal vez por algunos episodios pasados, el militar inglés, que en esos momentos estaba haciendo labores de espía, no tenía mucha simpatía por los españoles, a los que describe en sus escritos "como altivos, traicioneros, reservados, desconfiados..." Por contra, los portugueses le parecían "educados, pacientes, sencillos, callados y fieles aunque vanidosos y amantes de la grandilocuencia". Tampoco el paisaje español le atrajo mucho ya que lo encontraba seco, encontrando durante su entrada en España, "un terreno abrasado, sin árboles ni zonas verdes. De sus pueblos dejó escrito que estaban amurallados y tenían cúpulas moras". Sin embargo, Portugal le parecía un vergel plagado de frutales, por donde corría el agua a través de fuentes y canalones. Respecto a las mujeres también observó diferencias; las lusas, aunque menos bellas, eran más agradables que las españolas, a las que consideraba pasionales y celosas...
El caso es que, a duras penas, las autoridades aceptaron acompañarle por el sistema abaluartado de Badajoz, por supuesto no dejándole que fisgoneara a su antojo y pudiera recabar información privilegiada. Aún así, pudo observar que el estado de las defensas no eran los más adecuados y que la brecha en el Baluarte de la Trinidad, por donde había entrado en la ciudad el ejército anglosajón, permanecía igual que en 1812. Aunque habían transcurrido veinte años ya del asedio de Badajoz, las circunstancias políticas -incluida una nueva invasión francesa a cargo de los tristemente célebres Cien Mil Hijos de San Luis- y la lamentable sumisión del cruel y traidor Fernando VII, tenían sumida a todo el territorio español en el caos y la desesperanza.
Panel informativo que recrea el asedio de 1812. En mitad de la noche, solo los fogonazos de las armas alumbraba a los combatientes. Se calcula que hubo 4800 bajas entre las tropas inglesas. |
Días después, tras una breve estancia en una casa "donde abundaban chinches y mosquitos", propiedad de un matrimonio constitucionalista y simpatizante de los ingleses, un caluroso once de julio abandonó Badajoz, a bordo de una diligencia tirada por cuatro mulas y dos caballos, con destino Madrid.
La toma de la Alcazaba por parte del ejercito aliado fue decisiva para el posterior desarrollo del asedio inglés. |
Vista parcial de la Alcazaba. |
Bibliografía: Viajeros ingleses por Extremadura. Volumen 1. Edición de Jesús A. Marín Calvarro. Diputación de Badajoz.